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LOS DULCES VERANOS DEL JOVEN CONDE DE CEBALLOS

MIGUEL ÁNGEL ARENAS



TEXTO EN REDACCIÓN

JOSÉ MANUEL MARTÍNEZ CANO



TEXTO EN REDACCIÓN...

JOSÉ MANUEL MARTÍNEZ SÁNCHEZ

 

 

 

TEXTO EN REDACCIÓN

FRANCIS FORD COPPOLA

TEXTO EN PREPARACIÓN

CHARLOTTE RAMPLING

Quien si no el gran y portentoso Charles Dickens, aquel novelista inglés de cabellera alborotada y uno de los escritores más conocidos de la literatura universal, podría imaginar a personajes tan disímiles y aventurados. Dickens combinó en su obra, con eminente maestría, la narración, el humor, el sentimiento trágico y la ironía con una ácida crítica social y a su vez una aguda descripción de gentes y lugares, tanto reales como imaginarios. Y bien que lo hizo en muchas de sus más representativas obras de las que tendremos que destacar la novela David Copperfield escrita entre 1849 y 1850 y Great expectations escrita entre 1860 y 1861, obra esta última de la que nos ocuparemos por su magnífica adaptación al cine de Julian Jarrold. La trama de amor, dinero y distinción se conjuga con una especial atención de los detalles sociales y de la realidad cultural de una época. El sueño del joven Pip (Ioan Gruffudd) es llegar a ser un caballero, pero su destino es ser herrero, hasta que un día un benefactor anónimo se convierte en su protector logrando así hacerle un caballero. Durante toda su vida, Pip permanece enamorado de la joven Estella (Justine Waddell), una mujer que desde niña fue educada por la señorita Havisham (Charlotte Rampling) para no amar a los hombres. Y es esa magnífica actuación de Ramplig la que nos trae hoy hasta aquí. La señorita Havisham, una dama en todos los sentidos, aquejada de una honda pena amorosa y desaterrada del mundo de los vivos hacia el de las hadas anodinas, descubre a aquel pequeño Pip inocente y algo inquieto, temeroso de las circunstancias pero expectante de los designios de éstas. El pequeño Pip es ya héroe crucificado no más cruzar el umbral de la antigua mansión de brujas que sirve de morada a la fantasmagórica señorita Havisham, cuya aureola de belleza se entreteje con un gran enigma aparentemente indescifrable. Las moscas que rodean el ilusorio cadáver de la señorita Havisham, es decir, sus allegados y parientes, que esperan el final de este cuento como hienas sosegadas al acecho y bien preparadas para actuar en el momento del festín, al ver a Pip allí, tan pequeño y débil, tan terriblemente campesino, con sus ojitos semiapagados y sus párpados entenebrecidos, no sólo servirán de perfecta excusa para criticar al mundo y su hipocresía sino también al deber, reinstituyendo, por otro lado, el valor de la necesidad como ingrediente tenaz del destino.    Pero en Great expectations encontramos algo más que simple empirismo decadente, en la obra se define un síntoma del momento, se vislumbra la necesidad del amor; podemos decir que en esta novela encontramos la plural definición de azar como elemento inicuo y sorpresivo: la bondad puede estar disfrazada de torpe laxitud y el afecto puede someterse, algunas veces, a crueles designios. En una obra del gran Dickens todo puede suceder, para ejemplo más curioso Los papeles del club Pickwick —traducida al español del francés por Benito Pérez Galdós en 1868 (el autor español no sólo admiraba a Dickens sino que le consideraba como uno de sus maestros) y que representa una sintonía elevada con la literatura más sublime—. Parece que nos alejamos de nuestro cometido, que no es otro que hablar de esa portentosa actriz que da vida a la señorita Havisham, pero nada de eso, hay tanto en el interior de Charlotte Rampling y del personaje como del propio Dickens y su invención.   Rampling nació el 5 de febrero de 1945 (según otras informaciones en 1946), en el condado inglés de Cambridgeshire, concretamente en Sturmer.  Hija de un coronel británico de la OTAN y de una rica heredera, Rampling es de alguna manera el fiel modelo de una niña adinerada, hija de una época muy disímil y sus gustos la delatan: moda, arte, bohemia, televisión y cine. Educada en Jeanne d'Arc Académie por Jeunes Filles en Versalles y en la exclusiva St. Hilda's school in Bushley de Inglaterra Charlotte Rampling hace gala de una cultura y elegancia excepcional, no solo en sus nobles apariciones en cine y televisión, sino también en la manera de conducirse en la vida cotidiana.  En 1955 la familia de Charlotte se muda a Fontainebleau –esta ciudad está situada en el Seine-et-Marne, cerca del río Sena y al sureste de París. El célebre bosque de Fontainebleau, junto al espléndido castillo renacentista, que fue en otros tiempos residencia de los reyes de Francia, crea la atmósfera ideal para Rampling y la señorita Havisham. El castillo está rodeado de zonas ajardinadas muy cuidadas. Recordemos que a principios del siglo XVI, Francisco I de Francia (el gran mecenas) reunió a varios artistas italianos (el más destacado de los cuales era Cellini), conocidos como la escuela de Fontainebleau, para reconstruir y decorar el castillo (construido en su mayor parte en el siglo XIII). Otros reyes y emperadores franceses, como Enrique IV, Luis XIII, Napoleón, Luis XVIII, Luis Felipe y Napoleón III invirtieron también grandes sumas de dinero en la ampliación y reforma del castillo. Éste sirvió como residencia de Cristina, reina de Suecia, tras su abdicación en 1654. Entre los muchos documentos de Estado importantes que se redactaron en Fontainebleau destacan la revocación del Edicto de Nantes en 1685 y el decreto de abdicación que firmó Napoleón en 1814-, y poco después la intrépida muchacha deja el seno familiar y se embarca en una aventura con un grupo de jóvenes músicos. Así pues, la jovencísima y hermosa Charlotte recorre España con tan solo diecisiete años y acompañada por este simpático grupo de jóvenes bohemios. Poco después comenzó a trabajar como modelo y pronto fue famosa en toda Inglaterra como figura de portada de diferentes revistas. En 1964 Trabajó en Londres como chica de revista y debutó en el cine con un pequeño papel en The Knack, también en televisión en la cadena BBC de Londres. Durante 1965 interpreta pequeños papeles cinematográficos (entre otros Rotten to the Core, 1965, de John Boulting). Su salto a la fama internacional se lo debe al famoso director de cine italiano Luchino Visconti, quien en 1969 le ofreció uno de los papeles protagonistas del drama La caída de los dioses. En 1974 Charlotte Rampling causó sensación en toda Europa por su interpretación en Portero de noche (1974), de Liliana Cavani; la película provocó un gran escándalo ya que retrataba la relación amorosa de índole sadomasoquista entre un médico de un campo de concentración y su víctima.    Rampling ha interpretado con frecuencia papeles de vampiresa, mujeres generalmente misteriosas y seductoras, y de alguna manera ese rol circunstancial ha propiciado opiniones sobre su carrera que no siempre le han sido del todo favorables. En los años siguientes apareció, entre otras, en la película policiaca Adiós muñeca (1975, de Dick Richards, adaptación de la novela del mismo nombre de Raymond Chandler), en Orca, la ballena asesina (1977, de Michael Anderson) y en la película de Woody Allen Recuerdos (1980). A partir de la década de 1980 distanció sus apariciones en pantalla, rodando, por ejemplo, Triste belleza (1985, de Joy Fleury), Max, mi amor (1986, de Nagisa Oshima), El corazón del ángel (1987, Alan Parker), Paris by Night (1989, de David Hare), Acoso a la intimidad (1996, de Anthony Hickox), Bajo la arena (2000, de François Ozon) y Besen a quien quieran (2002, de Michel Blanc). En 1972 la bella Charlotte contrae nupcias con Bryan Southcombe de quien se divorció en 1976 y tuvo un hijo, Bernabé.
En 1978 vuelve a casarse, esta vez con Jean-Michel Jarre con quién tuvo a David. Una nutrida agenda, llena de compromisos de elevada importancia y de demostrado glamour, hacen de Charlotte no solo una diva del cine sino también una atareada estrella comprometida con diversidad de asuntos, que no pocas veces se ha visto en medio del huracán, arrastrada por la barahúnda de intereses comerciales y publicitarios que atañen al mundo de la fama. El 16 de septiembre de 1999, por ejemplo,  Charlotte Rampling arremete contra la asociación DF Presse, editora de la revista Vois ça, por haber atentado contra su vida privada y su derecho a la imagen, publicando sin su autorización, cinco fotografías en las que aparece desnuda, dando un contexto que calificó de pornográfico. 
Pese a todo ello, Rampling es presidenta del Jurado en el Festival de Cine de Deauville ese mismo año 1999 y en la Muestra de Venecia Diversos del año 2000. Del 22 al 28 de noviembre de 2001, Charlotte Rampling presidió también el jurado del muy prestigioso Festival  Jules Verne. El 24 febrero de ese mismo año, con 55 años de edad, recibe un Cesar de honor, durante la entrega de premios número 26 a lo mejor del cine Francés.  Acababa de grabar Embrassez qui vous voulez de Michel Blanc. Pero uno de los mayores reconocimientos que se le han prodigado es el año 2002, cuando es nombrada Caballero de la Legión de Honor por  el ministro francés de Relaciones Exteriores, Dominique de Villepin. La quincuagésima sexta edición de festival de Cannes, también cuenta con la presencia de nuestra heroína, por la película de François Ozon Swimming pool (La alberca) en la que interpreta  el papel protagónico.   Año 2003, nuestra protagonista no desaparece, por el contrario, parece renovada y más activa pues participó en la venta de fotografías de las estrellas, evento apadrinado por Sophie Marceau, que tuvo lugar el 16 de junio en París, un evento organizado por Reporters sans frontièr. Al siguiente año repite esta participación en defensa de la libertad de prensa que da apoyo financiero a las familias de los 29 reporteros que están en prisión en Cuba.  Pero ninguna biografía sobre Charlotte Rampling estaría completa sin dedicar parte de ella a hablar de sus seres más queridos, entre los que no pueden faltar sus hijos por quienes demuestra públicamente el amor y orgullo de cualquier madre. Empecemos con Barnaby (Bernabé) Southcombe, que vio por primera vez la luz en 1973, resultado del matrimonio entre Rampling y Brian Southcombe. Barnaby, director de cine y televisión, ha participado en numerosos festivales en todo el mundo. Actualmente reside en Inglaterra, pero cada vez que se lo permite asiste a los eventos de Jean Michel Jarre, el compositor.
Emilie Jarre es hija del matrimonio de Jean Michel Jarre con Flore Guillard (se casaron el 20 de enero de 1975). Ella nació ese mismo año, pero luego de la separación de sus padres se fue a vivir con Jean Michel Jarre y su nueva esposa, la bellísima Charlotte que la ama como a una hija natural. Emilie ha participado en diferentes eventos con Jarre, en especial en el evento Jarre@Apple.Expo de 1998, donde realizó una performance en el escenario. Además ha estado presente en sus más recientes conciertos, como Twelve Dreams of The Sun y Akropolis
David Jarre es el único hijo biológico del matrimonio entre Charlotte y Jean Michel Jarre. Nació en 1978 y, desde muy pequeño, se sintió atraído por el mundo de la magia y el ilusionismo. David tuvo esta revelación a la edad de 13 años después de un encuentro con el mago Vadini. Permaneció en contacto con él y se ejerció a esta disciplina 5 horas al día durante 4 años. Se acuerda que durante este tiempo sus padres habían instaurado una ley que prohibía la televisión en semana. Una vez terminados los deberes de escuela, era necesario pues encontrar un medio de divertirse otro que sentarse delante de la TV. Desde entonces, David se convirtió en un as de la ilusión. El joven ilusionista es invitado frecuente en diversos espectáculos en toda Europa y Estados Unidos. En materia musical, David participó en el disco Rendez-Vous y en el concierto en Bruselas de la gira Europe in Concert sorprendió a su padre en el día de su cumpleaños. También tiene una idea bastante clara respecto a los proyectos de Jean Michel: "Critico a menudo los proyectos de mi padre o las ideas que tiene en preparación de conciertos, o incluso sobre sus álbumes porque lo veo en reuniones, y todo el mundo le dice: "es espléndido lo que hace, esta idea es buena". Como lo conozco, sé cómo funciona a nivel artístico. Sé que las críticas que le digo le son pertinentes. Y a él eso le gusta", indica en unas declaraciones el joven mago con tremendo orgullo de hijo.

Pero vamos a hablar también de los maridos de Charlotte Rampling cuya vida y obra no dejan de llamar la atención, especialmente la de Jean Michel Jarre hijo del famoso Maurice Jarre, compositor de música de cine y de France Pejot una miembro de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, Maurice Jarre obtiene fama mundial sobre todo por la composición de la música de las películas Doctor Zhivago (Docteur Jivago) y Lawrence de Arabia (Lawrence d'Arabie) Ghost y El Club de los Poetas Muertos. Jean vio por primera vez la luz el 24 de octubre de 1948 en la monumental ciudad de Lyon, en Rhône (Francia). No podemos mencionar esta ciudad sin hacer un alto y dedicarle unas líneas, que bien las merece. En ella destacan dos anfiteatros romanos, un catedral (construida entre los siglos XII y XIV), las estrechas callejuelas y edificios renacentistas del casco histórico. En Lyon está la Bolsa más antigua de Francia, así como varios famosos restaurantes. Se fundó como colonia romana con el nombre de Lugdunum en el año 43 a.C., y hacia el siglo II d.C. era la mayor ciudad de la Galia. En 1307, la Corona francesa se anexionó la ciudad, y más tarde, en el siglo XIV, se convirtió en un centro comercial famoso por su industria de la seda. Durante la II Guerra Mundial, durante la ocupación alemana de la nación, Lyon fue uno de los principales centros de la Resistencia francesa. Y no en vano este Jean Michel es hijo precisamente de una miembro de la resistencia francesa, France Pejot. A la edad de cinco años comenzó el pequeño Jean sus primeras clases de piano, y junto a su madre frecuentaba el club de jazz más popular de París, Le Chat qui Pêche, donde conoció al destacado trompetista Chet Baker. En 1953 Maurice Jarre deja el domicilio familiar y se marcha a los Estados Unidos. Pero el hijo pronto seguiría el genio del padre y se haría un nombre propio.           

 

TEXTO PRIMIGENIO, REDACCIÓN EN PROCESO...

 

SEAN PATRICK FLANERY

Entre verdes parajes donde abunda el agua y la fauna, surge una pequeña y entrañable ciudad conocida como Lake Charles. Esta ciudad está rodeada por otras pequeñas poblaciones y se sitúa en un costado de la bella Louisiana, cerca de la histórica Lafayette –histórica es cualquiera de las ciudades así llamadas en Estados Unidos, muy abundantes por toda la geografía de este país. Es imposible no recordar al marqués de La Fayette (1757-1834). Marie Joseph Motier, militar y político francés que luchó en el bando de los rebeldes de las colonias durante la guerra de la Independencia estadounidense y que más tarde desempenaría un importante papel en la Revolución Francesa. Lake Charles, que no dista demasiado de Baton Rouge, Beaumont estando justo a medio camino entre Nueva Orleáns y Houston, no solo podría ser un eje geográfico interesante sino que por alguna razón no desvelada atrae con majestuosidad hacía ella las miradas más sagaces. Es en esta ciudad donde nace Sean Patrick Flanery un 11 de octubre de 1965 -el mismo año que el poemario Ariel, de Sylvia Plath, veía la luz y el gran Churchill dejaba de verla-. Recordemos que Lake Charles ha dado hombres ilustres entre los que hemos de contar a Michael Ellis DeBakey (1908-  ), cirujano estadounidense, pionero en el desarrollo de un corazón artificial. Ellis Se licenció en 1932 en la Universidad de Tulane, dedicándose a la docencia desde 1937 a 1948. Consiguió entonces un puesto en la Escuela de Medicina de la Universidad de Baylor, de la que fue nombrado presidente en 1969. En este año el pequeño Sean seguro que ya daba sus primeros apuntes de actor, y nos podemos figurar que sus berrinches eran más que bien aderezados por su, hasta el momento, inconsciencia artística. Pero quedaban muchos años por delante para que el pequeño Flanery diera pasos concretos hacia su futura carrera como actor, hasta llegar a aquel casting donde llegaría a ser pieza fundamental de las The Young Indiana Jones Chronicles un Indiana Jones muy joven, diez años menor que Flanery. Una vez en las manos del gran George Lucas, el camino del jovencísimo Flanery estaba más que determinado, aunque en el camino tendría que encontrar cruciales dificultades. Poco después Flanery trabajará para directores reconocidos como Nicholas Roeg, Mike Newell and Bille August y con actores como Vanessa Redgrave, Max von Sydow y Christopher Lee. Con una maravillosa interpretación, nítida y con fuerza, Sean había logrado encarnar perfectamente al héroe como quedó demostrado en el performances sobre Raiders of the Lost Ark, ya en 1981. Las didácticas aventuras animadas fueron ciertamente teatrales gozando de un presupuesto de $1,600,000 US por episodio. Más tarde, en el otoño de 1994, veremos, en el Family Channel -en una serie de dos horas-, de nuevo estas aventuras cuyo presupuesto será entonces de tres millones. Hasta entonces el Sean Flanery ha sido camarero y ha estudiado negocios en la University of St. Thomas de Houston (Texas). Sabemos de ante mano la manipulación paterna para que estudiara es carrera, su padre era vendedor y su madre agente de bienes inmobiliarios. La familia residía en Houston desde que Sean tenía tres años, probablemente el mejor lugar para un artista sea siempre la ciudad, son muchos los casos que podríamos citar. En el caso de nuestro protagonista, la enorme capital tejana (Houston es la cuarta ciudad de Estados Unidos) daría ese aire de futurismo y seguramente lo dotaría de una magnífica templanza citadina. Allí estaría Sean para ver como se erguía La torre del Banco del Comercio o Chase Tower terminada en 1982 y diseñada en el estudio del arquitecto estadounidense de origen chino Ieoh Ming Pei. Es mejor no olvidar que esta torre constituye el símbolo más visible de la prosperidad económica de esta metrópoli.

ATENCIÓN EL TEXTO ES PRIMIGENIO E INCOMPLETO (LA BIOGRAFÍA ESTÁ EN PROCESO DE REDACCIÓN) TRADUCCIONES EXCLUSIVAS DEL INGLÉS HECHAS POR EL PROPIETARIO DEL BLOG.

EL STÄRKUNGSMITTEL DI-THE-CERISE

Las torpes cabecitas de las tórtolas al ser bañadas por la lluvia ácida que cae de la tierra al cielo, en reversa, produce en sus ultramicroscópicos cerebritos un fenómeno que se conoce en ellas como el chat doux de las oiseau. En realidad este fenómeno ocurre en todas las aves, pero es especialmente en las muchachas de pechuguita repechada donde los síntomas logran llevarlas tan alto como a veces sus alas arrastran sus cuerpecitos. La sensación de fuerza, de poder, es tan intensa que, fatigadas, al perder el furioso impulso, regresan a la litosfera y caen en picada hasta encontrar cualquier nido que amortigüe su caída y apague esa sed de sueño. Pero, ¿qué es lo que sucede dentro de esas pequeñas cabecitas que las convierte en objetos, en meteoritos enardecidos y frenéticos?   Los impulsos eléctricos los reciben sus nervios, y las órdenes, sus órganos; el jugo invisible envuelto en pétalos abstractos se envía en una especie de droga, de opio sanguíneo que las excita a tal punto de llegar a enloquecerlas y hacer que, cuando caen en picada, no puedan frenar a tiempo, y entonces ocurre lo inevitable, los débiles cuerpos colisionan a velocidades increíbles ora contra el pavimento ora contra el suelo desnudo.  Tienen visiones al igual Osiris en el momento de eyacular sobre Isis. Los caminos que atraviesan sus sordos vuelos quedan impregnados de una fragancia de cereza y los valles de plumitas que pueblan los bosques tupidos de musgo son como torres nevadas de espesa y torpe nieve. Los niños campesinos se divierten recogiendo las plumitas de los demonios eufóricos y las conservan como trofeos, hasta que ya adultos, las siembran en sus huertos para traer buenas cosechas y bendecir a la familia, en especial a los niños pequeños, que así estarán protegidos del mal de ojo y de enfermedades virales. Hace un par de años fui testigo de un ritual de recolección. Me encontraba no lejos de la ciudad en una casa de campo, muy cerca de los campos de tulipanes y de El Manantial. Entretenía mis ojos con el imponente espectáculo que ofrecían unas estrellas, que supongo, eran el Cinturón de Orión. Parpadeaban los diminutos astros en la inmensidad de aquel hueso de petróleo con la intensidad de buril rabioso. Los diamantes jugueteaban cambiando su tenue color, a la vista de cualquier mortal se desnudaban dejando ver que no eran blancas sino también amarillas, rojas, bermejas, fucsias, violáceas, en fin, embelesado con esa sinfonía de color al universo.    Mientras apacentaba mi cordura, un niño muy flaco recogía las plumitas. Seguí prestando atención a una estrella grande, tanto, que parecía un planeta -soy un completo ignorante en astronomía-, y que estaba dando como saltitos, o hacía movimientos rápidos y lentos y dibujos incomprensibles, luego como sí fuera una boca hacía un círculo unas veces pequeño otras grande.   Me senté cerca del niño que parecía ser presa de un encantamiento que le impedía ver otra cosa distinta a las plumitas diseminadas por el campo. Mientras apoyaba mi cabeza en mis manos usándolas como almohada, pasó una estrella fugaz o algo parecido. Resultó ser una tórtola bajo el efecto del chat doux de las oiseau. Siguiendo la estrella a lo rey mago, la tórtola empezó a emular los movimientos de la estrella, y el niño, hasta el momento concentrado en su tarea, recobró el control de sí y fue tras la tórtola que no volaba tan lejos del suelo. El lago tibio de verano y poco profundo reproducía aquella escena de candor y belleza con una fidelidad digna del más hábil pintor y ni siquiera en viento se atrevió a fluctuar el agua para desvirtuar la imagen reflejada por la luz de la luna y la grandeza de Dios.   El avecilla continuaba emulando a la estrella pero, a través de su torpe vuelo también podía verse una anomalía nada hermosa. Al pasar por el lago el ave intentaba, como motivada por una fuerza interior que luchaba contra el hechizo, lanzarse en picada contra el agua; así podría sumergirse hasta el fondo con la intención de purificar su alma y alcanzar la estrella. El misticismo de aquella ceremonia impactante al principio, y después, monótona, se rompió abruptamente cuando una tórtola que yo no había visto apareció entre los árboles como un búho protector, y empezó a cantar en francés.   Aquellos débiles cantos, casi tristes, hicieron que la primera tórtola incrementara más su locura y con las alas empezó a rozar el agua. Todo indicaba que el ave pronto iba a colapsar y que la estrella se precipitaría sobre nosotros. Pero ocurrió todo lo contrario, el encantamiento del que hacía un momento el niño había despertado se apoderó de mí y sin poder hacer nada, quedé estático, imposibilitado hasta para mover los párpados; fue entonces cuando presencié algo sorprendente. La tórtola abrió una enorme boca y se bebió el lago, el niño, aplastado por la masa de plumas en que se convirtió inmediatamente la tórtola, desapareció de mi vista y la estrella estalló en mil trocitos que cayeron en forma de plumas.  La tórtola-búho alcanzó el éxtasis y se transformó en un hermoso adolescente, desnudo, de ojos mandarina, de piel de serpiente, que invitaba a la lujuria... pero luego de unos minutos estaba vestido de traje y corbata, y era viejo, un horrendo viejo con aspecto de jubilado que agarró a la tórtola como si fuera un guisante y se la llevó para hacerla su cena...  ¿Y yo? No sé lo que sucedió conmigo, ahora sólo veo paredes, enfermeros, medicinas, y tengo un número, y veo a quienes me rodean, al revés, y ya no puedo ver estrellas porque las únicas luces que aquí nos permiten son las de la memoria.     

(Este relato pertecece al libro Hotel Letters)

EVA, LA DE SILVESTRE

Llegó pasadas la dos. Yo dormía sobre los cuadernos y un libro de Bloy, el único que he podido leer de él pues me ha sido imposible hallar otro. Tomó asiento diagonal a mí, me sonrió y me dijo alocadamente “Me llamo Eva y soy de Aracataca”.   ¿De Aracataca?  El nombre de aldea, pueblo o ciudad me resultaba familiar, pero no lo identifiqué como fantástico. Me sonrió porque yo no dejé de observarla desde que cruzó la desvencijada puerta de madera que unía la sala de lectura con el vestíbulo; me sonrió porque necesitaba un amigo, como me explicó después, tras enseñar sus largos y afilados dientes de vampiresa.  Estaba vestida sobriamente, con una blusa marrón de encajes, muy ceñida; llevaba también una falda larga y ancha que le daba un aire de menina o bailarina de cabaret. Su cabello no era ni muy corto ni muy largo y se aferraba a su cuello como un pulpo que no sabe nadar y se agarra al casco del petrolero.  Tosía cada dos minutos y se pasaba por la nariz un klinex para borrar los riachuelos que transpiraban sus pulmones enfermos. Usaba un perfume barato, agradable, la fragancia impregnó de inmediato toda la habitación y sin embargo, el aire se conservaba fresco y benigno. Como era la hora de la comida había poca gente en la biblioteca, aunque no demasiado poca, digamos que en comparación a otras horas, estaba casi vacía.  Los libros apretujados y horizontales, puestos en las estanterías, eran inmunes a la multitud de historias antiguas y presentes que protagonizaban los comedidos lectores. Singulares personajes acuden cada día a este edificio barroco a punto de venirse a bajo, subsidiado con limosnas burocráticas de concejales incultos.  La breve historia de España reposa cautelosa sobre la mesa de las “novedades” pero a nadie parece interesarle una novedad sobre historia, así que el volumen, aunque añora una mano atrevida, permanece incólume y silvestre en su hábitat artificial suplicando no quedar para siempre virgen, soportando ese himen que le da picazón, así que asume una posición poco convencional, emulando a sus ancestros de la biblioteca de El Escorial, con el canto hacía afuera, rogando ser víctima de un abuso. Quizá nuestro amigo nunca será hojeado, ni siquiera por morbosa curiosidad...

- Eva, me llamo Eva... mi madre se llamaba María y mi abuela, Morgana -cuando dijo el nombre de su abuela supe que aquel menudo cuerpo envuelto en trapos elegantes no me era del todo desconocido. Su belleza amainaba con el paso de las horas.

- ¿Qué lees? -cuestioné sin demasiado esmero.

- Nada -respondió lacónica y supe que el ejemplar de Waugh en su mano sólo era una excusa para ocupar un sitio y tal vez propiciar un encuentro con un chico intelectual.-

 -¿Eres intelectual?

- No. Soy escritor.

- ¡Ah! -pareció defraudada, pero luego reflexionó.

- ¿Supongo que no tienes dinero? -interrogó abrigando la esperanza de que yo afirmara lo contrario-. Tardé en responder, pero lo hice sin mentir como me sentí en un primer momento impulsado a hacerlo.

- No, no tengo-. Empezó a mirar a cada lado, nerviosa, quería cambiar de sitio pero necesitaba asegurarse de que el aterrizaje sería exitoso, trató de localizar la presa, buscó incesantemente un posible cliente que le diera veinte billetes por disfrutar de su lengua dentro de la bragueta haciendo el número del “gusanito”, se levantó sin prestarme atención y fue a dar una vuelta, yo estuve todo el tiempo siguiéndole con la mirada.  Unos minutos después pareció cambiar de opinión y vino hasta mí, seguía mirando a cada lado como si fuera a robar. No quería dañar su reputación y verse involucrada en un caso “deshonroso” para su profesión, es decir, en una contradicción paródica a su condición.

-Invito yo -dijo irrefutable-. 

II 

La cómoda cumplió con su función estupendamente. Eva no parecía cansada aunque yo creía no poder más y pensaba en una deserción prematura. No hubo ni preguntas ni respuestas. No hablamos. No se cuestionó ni el pasado ni el futuro, ni intentamos, infructuosamente, reflexionar sobre aquel acto. En el pasado quedaron los absurdos monólogos o conferencias que se hacen en estos casos y que son tan odiosos.  Pensé en Lucrecia y aquella conversación post sobre cine y arte, droga y prostitución, política y metalmecánica. ¡Tonterías! Inútiles charlas de oradores profesionales que recitan sus ideas como si las tuvieran deletreadas en tarjetas de colores con una referencia a pie de página. 

III 

Sentados en aquel restaurante de la calle Balmes, estáticos y silenciosos como imágenes de póster. Mi mochila yace en el suelo, mi abrigo a dos metros, en una percha tallada en madera extranjera; los platos vacíos; el postre mordido; un café que se aproxima en manos de un diligente camarero; dos orujos helados en la zona de la frialdad; una anciana cruzando la calle; el televisor que estaba encendido se apaga por la vehemencia de un mando totalitario.  Ella se ríe por primera vez desde el acontecimiento; yo río sin saber por qué pero con la conciencia de que es mi deber hacerlo. Su corazón es de piedra, el mío, de látex. El pene me explota. La lujuria se apodera de mi lengua obligándola a convertirse en acróbata. Ella se enfada y saca, de no sé dónde, una bolsa de plástico, la abre y de ella extrae el cuerpo sin vida de un gato pardo, en descomposición. Lo pone en la mesa. Me insulta y se marcha sin pagar la cuenta, yo sólo puedo pensar en cómo voy a pagar esa demencial cuenta... 

...Se muere de tuberculosis dicen los rumores. Recuerdo sus palabras la última vez que nos vimos. 

- Viejo verde. Me llamo Eva, Eva, la hija de tu hermano Silvestre y la mujer de tu sobrino J. Silvestre. Mi madre se llamaba María, o sea tu tía materna, y mi abuela, Morgana... ¿sabes cuál Morgana? La conoces. Éste gato era su única compañía, nadie quería estar a su lado, como tú eras su favorito pensamos que te agradaría tener algo suyo... 

(Este relato pertenece al libro Hotel Letters)