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LOS DULCES VERANOS DEL JOVEN CONDE DE CEBALLOS

Relatos

EL QUEXIGAL: FINCA DE REYES Y NOBLES DESDE INMEMORIAL

EL QUEXIGAL: FINCA DE REYES Y NOBLES DESDE INMEMORIAL

HISTORIA DE LOS PALACIOS DE LA ESTIRPE

(Brevísimo sobre la Villa de la Piedra Hita)

La Tierra Balbina

 

Pietras Fictas villae1 (En algún lugar entre Salmantica y Norba Caesarina) cerca de 100 a. C. hasta ¿? : Entre la leyenda y el rigor histórico, el lugar exacto donde se levantó el bastión de los Balbo2 permanece hoy ajeno a los historiadores y arqueólogos3. La historia de esta villa, que ocupará un importante lugar en el libro que escribo, está documentada desde el siglo I a. C. y a ella hace referencia el gran Cayo Julio César o Gaius Iulius Caesar (Roma, Italia, 13 de julio de 100 a. C. – Ibídem, 15 de marzo de 44 a.C.) en varios de sus relatos de viajes por España, donde detalla su relación con la familia Balbo y con los hispanos. Hacia el año 100 a. C. la familia Balbo se construye en algún lugar entre Salmantica y Norba Caesarina la Villa de las Piedras o la Villa de la Piedra Erguida “Pietras Fictas villae” por estar muy cerca de una zona con gran presencia de monumentos dolménicos. Comenzaba así la “colonización de los Balbo” del territorio hispánico. Sus negocios han evolucionado espectacularmente y ya no dependen exclusivamente del comercio y la minería, ahora son además banqueros, grandes terratenientes, tratantes de esclavos y constructores de barcos.

El creciente imperio económico de los Balbo se dirige generalmente desde Gades, pero también son importantes sedes de su poderío ciudades y villas como Asturica Augusta, Salmantica, Segontia, Norba Caesarina, Toletum, Segobriga –cuyos edificios públicos habían sido financiados íntegramente por los Balbo- y otras jurisdicciones como Castulo, Corduba e Italica. Gozan de menor poder en Portus Cale y Tarraco; comienzan además la conquista comercial de Emporiae que acabará fracasando. Se cree que la villa de las Piedras Hitas estaba situada en inmediaciones de las actuales poblaciones de San Martín de Valdeiglesias, Cebreros y El Quexigal, a tan solo ochenta kilómetros de la actual Piedrahíta (Ávila, antiguo señorío de Valdecorneja, señorío primigenio de los Álvarez de Toledo (linaje del ducado de Alba hasta el siglo XVIII). Muy cerca de la dehesa de El Quexigal o en su misma ubicación podría haber estado también la villa Trajana, propiedad del emperador Trajano y posteriormente del emperador Adriano, miembro de una ilustre familia hispánica -en realidad la misma familia Balbo-. Asimismo, en un cerro que existe aún hoy frente a la finca podría haber estado la Fortaleza musulmana del Al-Azahar. Este Quexigal se llamó antiguamente (entendiendo eso de “antiguamente” desde el siglo X) Quexigar, hasta la compra que realizó Felipe II. En la Carta de Fundación del Monasterio de El Escorial es evidente que no se sabe con exactitud de dónde proviene el topónimo pero se cree que procede de la abundancia de la vegetación conocida como quejigo. Asimismo en las diversas reseñas sobre el Monasterio se alude siempre a la proximidad del mismo con “las antiguas tierras de los primeros reyes cristianos y los linajes de noble y augusta sangre”, es decir, los más conspicuos linajes españoles, los más “limpios”4, emparentados con varios reyes visigodos y más antiguamente con el linaje de los Balbo.

 Existen reseñas no probadas que afirman que El Quexigal fue uno de los primeros reductos de escape de los emigrados durante la ocupación musulmana. Esta teoría está en parte avalada por don Alberto de Toledo y Piedrahíta de la Cerda (Alba de Tormes , Salamanca, Castillo de Alba, 21 de junio de 1440-Segovia, Castillo de Turégano, junio de 1507) que informa sobre la ruta de los “huidos” o la Gente de Pelayo, los pelayos (de donde viene eso de que los de etnia gitana nos llamen Payos o hijos de Pelayo), familiares y sirvientes del conde Pelayo que escapaban de la ocupación y que residían en esta especie de reducto cristiano. Según documentos que hoy se encuentran en poder de la Casa de Medina Sidonia (ducado de la Casa Álvarez de Toledo) y que en su momento la propia duquesa -Luisa Isabel Álvarez de Toledo- pudo corroborar, siguiendo asimismo la pauta de que no hubo una verdadera invasión sino una especie de colonización escalonada de la Península. Esta teoría, que sostuvo en su momento el marqués de los Vélez, el Marqués de Segura, el Marqués de Queiles y otros grandes de España podría ser una prueba irrefutable de la ubicación exacta en El Quexigal de la Fortaleza de Pelayo y de su padre, el duque Fáfila o Favila (h. 676-710) Duque de Asturias y casado con doña Viela de Pravia (¿?-¿?) señora de Viela (antiguo nombre de una villa de dicha jurisdicción).

 

El Al-andalus y el “señorío”:

 La invasión o conversión musulmana, como bien la han llamado algunos historiadores -al margen de la historia oficial de España-, fue desastrosa para todos los visigodos y concretamente para los descendientes del linaje de los Balbo. La familia se dividió en dos grandes ramas: la asturiana, que conservó el legado familiar en cuando a la tradición; y la mozárabe que conservó parte de los bienes, cierto estatus en Toledo pero que se “vendió” al nuevo poder. Esta grave fractura familiar es la responsable de la gran pérdida de la identidad cultural de España. Esta fractura representa la realidad de muchas familias visigodas que se vieron divididas y que conformó esa disgregación de la que aún hoy quedan rescoldos: el Norte de España afín a ciertas causas nacionalistas y de “limpieza de sangre” y un sur mestizo afín a la pluriculturalidad de la que es parte.

Los descendientes de la familia Balbo conservaron cierta propiedad bajo el dominio musulmán en la zona que nos ocupa, pero a través de los siglos y de las diversas incursiones cristianas esa propiedad fue desapareciendo. Finalmente, con la Reconquista, los descendientes de la Rama asturiana de los Balbo, esos hijos de Pelayo, reclamaron la propiedad.

 

El “señorío” de El Quexigal, El Queixal o El Queixar

 Desde la Reconquista de la zona varios nobles de alta cuna pretendieron hacerse con el dominio la llamada Tierra Balbina. El primero en hacerse señor de Quexigal fue don Otalvo de Corneja o de Bizcaia (1098-1159) señor de Quexigal, de Viela y de Arévalo, casado con Dalfina de Araba. Nos hacemos eco de este noble por los legados testamentarios que dejó a diversos monasterios y porque su tumba, que estuvo visible en Toledo hasta el siglo XV1 tuvo cierto protagonismo durante un breve periodo, sobre todo por su participación en la Segunda Cruzada (1147-1149), predicada por Euguenio III (Pisa,¿?-Tívoli, 8 de julio de 1153)5. Lamentablemente la Cruzada fue un desastre. A pesar de ello, el arzobispado de Toledo aprovechó la épica de don Otalvo y lo convirtió en un héroe y posteriormente en protagonista de una interesante leyenda.

Pero el noble más notable que ostentó el señorío de Quexigal fue don Enrique Álvarez de Corneja el Sarraceno (h. 1127-1180), que fue una especie de diplomático de los reyes cristianos y que recorrió el mundo. Este príncipe hispano sería el fundador de la Orden de San Ildefonso y su primer Gran Maestre. Casaría don Enrique el Sarraceno con una princesa bizantina, doña Sofía Comneno, de la dinastía de los Emperadores de Bizancio, y serán padres del famosísimo Príncipe de Trebisonda, Alejandro Comneno el Hermoso “señor de las mil doncellas” nacido hacia 1145 y muerto sobre 1196. El príncipe de Trebisonda sería compañero de batallas y de juergas de Ricardo Corazón de León y uno de sus lugartenientes durante la Tercera Cruzada, y por esta razón será conocido en la historia como el Sarraceno. La leyenda dice que el príncipe de Trebisonda tendría más de cien hijos y numerosos romances. Seguirá una larga lista de señores e incluso condes de Quexigal, hasta que el título acabó perdiéndose por las distintas disputas entre los Toledo, los Dávila y los Piedrahíta.

 

Juan Estébañez, señor de Riveros, que fue alcalde mayor de Toledo y que casó con María Salvadores fue uno de los primeros en hacer litigio por el “señorío”. Se dice que llegó a intitularse señor de El Quexigal y a hacerse construir un nuevo palacio. Teoría aparentemente falsa pues no hay datos históricos que confirmen la construcción de un nuevo palacio. Pero si existió un interés muy particular de los alcaldes de Toledo, antepasados de los Álvarez de Toledo para hacerse con esta propiedad que reclaman como suya “deste tiempos del rei Recaredo”.

 

La región, inmensamente rica, sería motivo de disputas entre los nobles, algunos bastardos reales e incluso prelados de la Iglesia. Hacia el año 1340 el arzobispo don Gil Álvarez de Albornoz (Carrascosa del Campo, Cuenca, 1310-Viterbo, Italia, 24 de agosto de 1367), arzobispo de Toledo (1338-1350) y Cardenal (1350-1367) I Conde de Piloña (1341-1350), que tuvo un hijo con doña Sancha de López de Madoza (h. 1315-¿?) conocido como don García Álvarez de Gil (h. 1330-¿?) II Conde de Piloña (1350-1403) pidió al rey que le concediera el usufructo de las tierras que él consideraba “de inmemorial” de su linaje. Por supuesto, los Toledo entraron en conflicto y el asunto acabó bastante mal para el arzobispo que no solo no le fue concedido el señorío que pretendía sino que además le fueron suprimidas ciertas rentas. Tal era el poder de los Toledo. No obstante, el rey, que ansiaba para sí la tenencia de tan bastos y ricos parajes, no los concedió a los Toledo y les retiró además el título que ostentaban de “Condes de Quexigal”.

El IV conde, que en realidad no lo era, pues dichos terrenos no estaban estructurados como condado, fue don Francisco de Toledo (Portugal, h. 1322-h. 1384) alférez del infante de Castilla y alcaide de la Fortaleza del Languedoc, casado con doña Clara d’Antoing (h. 1321-1339) sobrina de doña Isabelle d’Antoing, esposa de Alfonso de España, Infante de Castilla (1305-Gentilly, 1327) Señor de Lunel, Arcediano de París (1321), Gobernador del Languedoc. Doña Isabelle d’Antoing, Vizcondesa de Ghante, Señora d’Antoing, d’Epinoy, Sothengien y Houdain era viuda sin descendencia de Enrique de Brabante, Señor de Gaesbeke; y casó en terceras nupcias con el vizconde Jean de Melun, Gran-Chambelán de Francia. El Quexigal fue, durante casi una década, el mayor motivo de discordia en la Corte castellana, los pretendientes de la propiedad no solo eran españoles y nobles, se contaban reyes extranjeros, papas y príncipes que enviaban emisarios constantemente y que interponían demandas para hacerse con la heredad. La convulsa situación de Castilla era además el mejor pretexto para no resolver con celeridad la titularidad del señorío. Eran los tiempos de don Alfonso XI el Justiciero, bisnieto de Alfonso X el Sabio e hijo de Fernando IV el Emplazado. Ya unos años antes habían entrado en la disputa los Alfonso de Meneses, en cabeza de la regente, doña María de Molina, abuela de don Alfonso XI y reina consorte de Castilla y de León.

 

La leyenda del tesoro de El Quexigal

 Hace algunos años escuchaba, de la boca de un afamado historiador español, en una de las conferencias que ofrecía precisamente en El Escorial, una pregunta que desconcertó a muchos. La pregunta que tan docto personaje nos lanzaba a un pequeño grupo de curiosos que nos quedamos después de la conferencia era la siguiente: “¿Podía la Corte de Felipe II, con las inmensas cargas que arrastraba, financiar la construcción de El Escorial?”. Quienes se dedican a eso de escribir historia saben perfectamente que en la época de la construcción del monasterio-palacio la Corona arrastraba importantísimas cargas. Aquellos tiempos eran especialmente difíciles. Cómo es, pues, posible que el mismo año en que el rey subía los impuestos y se pagaba más por un huevo que por una gallina, se pudiera empezar tan magna construcción. Los curiosos se quedaron anonadados y algunos suspiraron. No hubo respuesta.

Pero yo la sabía y vi refulgir los ojos del conferenciante: “El tesoro... “- me atreví a musitar. Entonces fui blanco de las miradas más sagaces que me acusaban de loco. Hubo un silencio eterno y todos nos retiramos. Una semana después recibí una invitación de este personaje -que no suele hablar de este tema más que en privado, porque hace parte de la “historia que parece leyenda y que avergüenza a un historiador serio”. Pero dado que yo no soy historiador y lo que intento rescatar es precisamente el folclore, me arriesgo. Desde muy antiguo se creía que en aquella zona existía un inmenso tesoro. Como ya hemos dicho este paraje fue un reducto de los “huidos a Asturias” pero estas gentes no llevaron todas sus pertenencias consigo y fue la villa de la Piedra Hita uno de los muchos lugares donde escondieron grandes riquezas. Todas aquellas joyas que engalanaban a los nobles visigodos, las casullas de oro de los obispos de Toledo, las inmensas donaciones que las familias hacían a los monasterios que eran muy numerosos en la capital y que fueron desmantelados con la “invasión”. Todos estos tesoros no fueron llevados a Asturias, pues las gentes no pudieron cargar con todo su oro, con todas sus posesiones y muchas de ellas se quedaron en tierra del enemigo. Los primeros asturianos huidos iban casi con lo puesto, con algo de oro y poco más. Este tesoro permaneció durante mucho tiempo en la memoria colectiva, como una simple anécdota, pero nada más. Pero cuando la Reconquista alcanzó carácter nacional, de unidad del Reino, los reyes revivieron la leyenda y entonces ocurrió que los reconquistadores pelearon bravamente para recuperar dicho tesoro. En las reseñas de la época se habla ampliamente de la voracidad para hacerse con estos parajes y de la preocupación del rey por el comportamiento de muchos nobles. Algunos de esos caballeros eran extranjeros y no habían venido a Castilla por amor a la paz y al Papa si no atraídos por las leyendas de grandes riquezas.

Se dice que los Balbo mozárabes habían “vendido” al enemigo la localización del tesoro, cosa no probada y de tintes muy dudosos. Lo cierto es que los musulmanes sí que conocían la leyenda de antiguo y habían construido una colosal fortaleza, muy bien reforzada y custodiada, usando en parte los ricos materiales de la opulenta villa a fin de mantener el orden en la zona pero también, según la leyenda, para hacerse con los tesoros. Y se hicieron con ellos, pero los musulmanes, por una razón desconocida, no habían dispuesto de tan vastas riquezas, algunos dicen que precisamente por ser tan vastas aunque se había usado gran parte de ellas, el tesoro apenas había disminuido. Lo cierto es que con la Reconquista la fortaleza cayó, fue reducida además a cenizas, en parte porque los reyes no querían a ningún señor sobre la heredad.

Cuenta la leyenda que estando Felipe II de Caza, en Valsaín, escuchó la leyenda. Dicha leyenda, que en principio causó risa en la Corte pronto se convirtió en un asunto de Estado. El propio duque de Alba la había confirmado. El testimonio del duque Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel el Gran Duque (Piedrahíta, 29 de octubre de 1507-Lisboa, 11 de diciembre de 1582), que sabía de muy buena fuente que dicho tesoro existía, pues descendía de los señores de El Quexigal convenció al Rey. La leyenda nos cuenta que dicho tesoro fue efectivamente descubierto y que con él fue financiada la construcción del Monasterio de El Escorial.

 

De “señorío” a finca de Caza del rey

 

En tiempos antiguos se sabe que esta región estuvo poblada de lobos, osos, ciervos, gamos, corzos, etc., según se desprende del Libro de Montería de Alfonso XI, las memorias de caza de los frailes jerónimos y dos provisiones reales de Felipe II. Desde el siglo XII los reyes castellanos habían cazado en sus bosques. En el siglo XIV El Quexigal estaba poblado y era una aldea de Ávila, en una escritura de venta fechada el 29 de abril de 1372, en la cual el señor de Quexigal, Benito Pérez, hijo de Johan Martínez de Quexigal, otorgó a favor de Fernán Martínez, hijo de Antón Rodríguez de Ávila, vendiéndole la dehesa de Quexigal, término, casas, viñas, huertos, árboles, aguas estantes, corrientes, tierras, solares, prados y pastos… por 400 maravedís.

En 1447 se parte El Quexiral y Navaluenga entre Isabel Gozález (sic), mujer de Gil Villalva, difunto y sus hijos y de otra parte, Gil Gómez Renfijo. En la heredad de El Quexiral se cosechaba entre otros productos, cereales, vino, aceite, hortalizas, frutales, piñones. Pastaban entre 15000 y 2000 cabras, unas 60 vacas y novillos un número indeterminado de cerdos y 52 colmenas. Fabricaban productos como la pez, la cendra, el vidrio y el aceite de enebro. Para elaborar el vino ya existía en el siglo XIII lagar y bodega. Durante casi todo el siglo XV los propietarios serán la familia noble de Ávila, durante un breve periodo los Dávila, descendientes de un Alvar de Toledo, por vía bastarda, y de una joven de la familia Piedrahíta. Los segundos señores serían llamados Gómez de Villalva, que luego trasmitirán la propiedad en 1563 a los monjes jerónimos. En esta época ya estaba despoblado, quedando solo restos de la Iglesia, la venta, y la casa principal. En 1557 después de la batalla de San Quintín el rey Felipe II desea construir un monasterio, que no esté muy lejos de Madrid, que sea en sitio aislado y con buenos recursos y buenas aguas. Durante cuatro años se busca un sitio sin hallarlo. Durante la Semana Santa de 1561 el rey pasa al Monasterio de los jerónimos de Guisando y recorre la zona, pero le parece muy lejos de Madrid y desiste, pero en 1562 vuelve a la zona y queda maravillado por “aquellas montañas y peñas, vestidas de diversas plantas, más hermosas que Salomón con toda su gloria”. La dehesa pertenecía a Diego de Villalba y fue vendida en 1563 junto con la casa, por éste y sus sobrinos a Fray Juan de Huete en nombre de Felipe II, por 30.000 ducados de oro. Fue utilizada por los frailes jerónimos para servir como despensa al Monasterio de El Escorial. Para la negociación se había usado a los Álvarez de Toledo. Los Piedrahíta, por su parte, habían protestado por aquella colaboración. Era el tiempo de don Jean Marie de Piedrahíta el Mecenas (Amberes, 1523-Palacio de los Unicornios, Verona, República de Venecia, 1602) I Duque de Trevor (1572-1602) IV Duque de Muiden (1561-1602) casado con doña Barbara Stuyck d’Este (1524-1559) I Condesa de Ospitale (¿?-1559). Este duque había enviado un emisario para interceder ante el rey y solicitar la venta de las heredades, por dicha venta ofrecía la nada despreciable suma de 100.000 ducados de oro, un monto muy superior a su valor real. El rey aceptó y el duque envió a la Corona 50.000 ducados de oro. Pero el rey cambió de opinión y nunca entregó la heredad al duque de Muiden, aunque tampoco devolvió el oro. Esto era más que habitual en aquella época. Un negocio con el rey era más riesgoso que con la plebe. El palacio de El Quexigal fue construido en 1563 por el arquitecto Juan de Herrera. La suntuosa residencia estaba considerada como la casa de campo más lujosa de Europa. En ella se alojó el rey Felipe II en sus desplazamientos hasta el Monasterio de El Escorial. Finalmente la heredada pasará a ser propiedad del Monasterio de los Jerónimos hasta el siglo XIX.

 

El Quexigal: dos siglos de cambios

 Hasta la guerra de Independencia la heredad de El Quexigal estuvo regida por la comunidad escurialense. En 1837 pasa a la Corona con la desamortización. Entre 1870 y 1890 pasa por diversas manos, entre ellas brevemente por las de don Rodrigo Alberto de Piedrahíta (Bonn, 1824-Mallorca, 1905) XVII Duque de Trevor (1889-1905) Grande de España, casado con doña Blanca de Goyeneche y Santa Pau (1822-1920) III Marquesa de Santa Pau y Grande de España. En 1898, por deudas no saldadas del duque, la propiedad pasa al Ministerio de Hacienda. En 1927 es comprada por el príncipe Max Egón de Hohenlohe-Langenburg, casado con la duquesa de Parcent, María de la Piedad. Esta familia rehabilitó la finca convirtiéndola en un magnifico lugar de recreo y descanso. En 1926 la duquesa de Percent, nueva propietaria, realizó reformas que constaron varios millones de pesetas bajo la dirección de Luis Bellido, arquitecto municipal de Madrid. Los tapices gobelinos adornaron sus salones y galerías. Había diversos cuadros de distintas escuelas (Berruguete, Murillo, El Greco, Gallegos, Aponte, Tiépolo, Carrero, Lazlo y otros destacados artistas) También se tenía algunos cuadros primitivos del siglo XIV y XV y una colección de pinturas al pastel de las que solo existe otra igual en el Palacio Real de Madrid. En él podían verse además espléndidas colecciones de cerámica, una colección de porcelanas de Talavera con unas 3.400 piezas, según se dice, única en el mundo. El comedor estaba decorado con muebles de antiguos palacios franceses. Tenía más de una docena de antiquísimos tapices de Cuenca y más de doscientas tallas policromadas. Poseía una biblioteca con unos cinco mil volúmenes entre los que sobresalían destacables incunables (muchos de estos libros habían pertenecido al linaje de los Toledo). El palacio, simétrico, estaba construido sobre piedra maciza y tenía 8.000 metros cuadrados y 84 habitaciones. En total tenía una 1.800 hectáreas. En la finca llegaron a vivir más de cien familias. En 1956 sufrió un incendio que lo destruyó por completo logrando salvar algunas joyas. Entre ellas la famosa diadema de los Hohelonhe. La familia Hohenhole vendió la Real Heredad del Quexiral al grupo de empresas EULEN, que la gestiona actualmente.

 

 

Curiosidades:

 

^En las inmediaciones murió en 1540 doña Josefa Fernández de Córdoba y Vivero (¿?-El Quexigal, 1540) que había casado en 1530 con don Fernando de Piedrahíta y Toledo (1507-1569) II Barón de Malamocco (1519-1560) II Conde de Villaconeja (1519-1569) II Conde de Parral (1532-1560) II Conde de Castrobuendía (1542-1569) primogénito de don Fruela de Piedrahíta (1486-1519) VIII Conde de Viela. La muerte de doña Josefa nunca pudo esclarecerse concretamente pero durante varios años se especuló con ella. Los aldeanos hablaban de una maldición por haber robado una valiosísima joya del Tesoro de la Mora. Después de la muerte de su primera esposa de la que no tuvo descendencia don Fernando casará con doña Teresa Fernández de Córdoba y Manrique de Lara (1526-1574) VI Condesa de Liérgana (1549-1574) y fundarán la poderosa Casa de Liérgana.

 

^Si la leyenda es cierta en las inmediaciones murió asesinado -a manos de su esposa- don Hurtado Cabeza de Vaca (1587-1615) consorte de la terrible doña Esquerra Stuyck d’Este (Brujas, Palacio del Patíbulo, 31 de octubre de 1590-Lima, 1706) conocida como “la duquesa de la Vendetta”. Unos meses más tarde tendrá lugar, a causa de dicho asesinato, un enfrentamiento entre las huestes de doña Esquerra y la Coalición de los Toledo. Cuenta la leyenda, que recoge tal trifulca como la Batalla del Camino del Oso, debido a que en las inmediaciones había un camino así llamado que acababa en un hermoso prado, conocido a partir de entonces como el Prado de los Hidalgos porque habrían muerto hasta veinticinco hidalgos de las familias Dávila, Águila, Toledo, Piedrahíta y Cabeza de Vaca. Durante un tiempo la terrible se haría llamar Esquerra Esquerrez y sus nueve hijos serían conocidos como los Esquerra, Esquerrez o los infantes Cabeza de Vaca. La muerte de don Hurtado finalmente quedaría impune y el linaje de los Cabeza de Vaca se declararía enemigo acérrimo de los Toledo y Piedrahíta.

 

^En El Quexigal pasará una breve temporada, recuperándose de una aflicción pulmonar, doña Juliana de las Mercedes de Brabante-Osuna y Álvarez de las Asturias (París, 1779- Ginebra, 1855) VI Duquesa de la Alameda, Grande de España y Dama de la Real Orden de la Reina María Luisa, Jefa de la Casa de Brabante-Osuna y primera esposa de don Carlos Fernando de Piedrahíta (Hacienda de Trevor, Boston, 4 de julio de 1776- Sanlúcar de Barrameda, 1839) XIV Duque de Trevor (1830-1835) Grande de España. La Casa Brabante-Osuna intentó hacerse después de la desamortización con la propiedad pero fue imposible.

 

^En 1970 doña Sofía Sánchez de Ocampo Brabante Osuna y Oms de Santa Pau (Madrid, 1928) VI Marquesa del Rialto (1959) casada con don Octavio Vasco Ospina de Ybarra (1926-1990) VIII Marqués de Pereyra (1985-1990) recibió en herencia de su padre don Manuel Sánchez de Ocampo (1914-1970) X Duque de la Alameda (1938-1970) una serie de dibujos hechos por su antepasada, doña Juliana de las Mercedes, en las fincas de El Quexigal y una serie de poemas compuestos por un autor desconocido, que llevan además apuntes bastante históricos sobre la propiedad a atrevés de los siglos. Dichos documentos se encuentran hoy en poder de la marquesa. Unos años después de recibir esta herencia la marquesa quiso visitar la finca pero le resultó imposible hacerlo.

 

 

1Según la leyenda familiar el apellido Piedrahíta proviene de esta villa y daría postriormente nombre a todas las poblaciones que fueron de los Toledo.

2El linaje Balbo, linaje hispanorromano con ascendencia púnica es el origen histórico probado del linaje de los Toledo.

3La ubicación es una hipótesis mía, a la cual he llegado a través de la consulta de los archivos históricos de la Casa de Medina Sidonia, de los Archivos del Duque de Oca, basados en los apuntes históricos del Libro de familia del Marqués de Segura. Documentos del Archivo General del Sello y del Archivo Histórico de Oviedo. Además de numerosísimas publicaciones de folclore. También podría citar los Archivos del Vaticano, a los que no he podido acceder, pero sí puedo citar gracias a las exhaustivas investigaciones de don Carlos Francisco Isidro de Ceballos y Howard (Palacio de Mansfet, Londres, 14 de febrero de 1814- Palacio de Bellamar, Valencia, 1 de diciembre de 1905), XVI Duque de Ponceleón (1848-1905) que los consultó en su momento. El mayor testimonio viviente de esta leyenda fue la Gran Duquesa de Medina Sidonia que dedicó su vida al estudio y a la catalogación del Archivo de su Casa. Se, asimismo, que la Casa de Alba posee también documentación al respecto pero ni he solicitado ni se me ha concedido el permiso para consultar dichos archivos. Sé que una parte de esta investigación es especualtiva, porque saber la ubicación exacta de la villa es una tarea arqueológica y no literaria. No obstante, las visitas que he hecho in situ me revelan que mi hipótesis es acertada y podría jugarme la vida que así es. Una sola visita a este paraje confirmará mi versión. Llegar a El Quexigal es relativamente fácil. (Aparece en el mapa Google)

4La palabra "limpio" no es despectiva en este texto, es simplemente fiel a la terminología de la época.

1Esta tumba se pretendía falsa pues don Otalvo había muerto, según la leyenda familiar, lejos de Castilla. No obstante, la tumba se indicaba como suya y fue muy famosa en el Toledo del siglo XIV por decirse que era de un notable cruzado que había dado muerte a mil moros en un solo día. Los jóvenes donceles derramaban lágrimas sobre la tumba de don Otalvo y las doncellas se desvanecían en los vaporosos veranos toledanos. Llegó a afirmarse que el tocar la tumba del cruzado traía inmunización contra las heridas en batalla, por lo que los jóvenes soldados no partían a la batalla hasta no tocar tres veces la tumba del cruzado. La leyenda convitiosé pues en tradición y por ello su epitafio rezaba algo así como"Otalbus d’Qvxial, senior y amo de la Armada de Christo en terris de Nostro Deo".

5 Papa nº 167 de la Iglesia católica de 1145 a 1153. Su verdadero nombre era Bernardo Paganelli di Montemagno.

EL STÄRKUNGSMITTEL DI-THE-CERISE

Las torpes cabecitas de las tórtolas al ser bañadas por la lluvia ácida que cae de la tierra al cielo, en reversa, produce en sus ultramicroscópicos cerebritos un fenómeno que se conoce en ellas como el chat doux de las oiseau. En realidad este fenómeno ocurre en todas las aves, pero es especialmente en las muchachas de pechuguita repechada donde los síntomas logran llevarlas tan alto como a veces sus alas arrastran sus cuerpecitos. La sensación de fuerza, de poder, es tan intensa que, fatigadas, al perder el furioso impulso, regresan a la litosfera y caen en picada hasta encontrar cualquier nido que amortigüe su caída y apague esa sed de sueño. Pero, ¿qué es lo que sucede dentro de esas pequeñas cabecitas que las convierte en objetos, en meteoritos enardecidos y frenéticos?   Los impulsos eléctricos los reciben sus nervios, y las órdenes, sus órganos; el jugo invisible envuelto en pétalos abstractos se envía en una especie de droga, de opio sanguíneo que las excita a tal punto de llegar a enloquecerlas y hacer que, cuando caen en picada, no puedan frenar a tiempo, y entonces ocurre lo inevitable, los débiles cuerpos colisionan a velocidades increíbles ora contra el pavimento ora contra el suelo desnudo.  Tienen visiones al igual Osiris en el momento de eyacular sobre Isis. Los caminos que atraviesan sus sordos vuelos quedan impregnados de una fragancia de cereza y los valles de plumitas que pueblan los bosques tupidos de musgo son como torres nevadas de espesa y torpe nieve. Los niños campesinos se divierten recogiendo las plumitas de los demonios eufóricos y las conservan como trofeos, hasta que ya adultos, las siembran en sus huertos para traer buenas cosechas y bendecir a la familia, en especial a los niños pequeños, que así estarán protegidos del mal de ojo y de enfermedades virales. Hace un par de años fui testigo de un ritual de recolección. Me encontraba no lejos de la ciudad en una casa de campo, muy cerca de los campos de tulipanes y de El Manantial. Entretenía mis ojos con el imponente espectáculo que ofrecían unas estrellas, que supongo, eran el Cinturón de Orión. Parpadeaban los diminutos astros en la inmensidad de aquel hueso de petróleo con la intensidad de buril rabioso. Los diamantes jugueteaban cambiando su tenue color, a la vista de cualquier mortal se desnudaban dejando ver que no eran blancas sino también amarillas, rojas, bermejas, fucsias, violáceas, en fin, embelesado con esa sinfonía de color al universo.    Mientras apacentaba mi cordura, un niño muy flaco recogía las plumitas. Seguí prestando atención a una estrella grande, tanto, que parecía un planeta -soy un completo ignorante en astronomía-, y que estaba dando como saltitos, o hacía movimientos rápidos y lentos y dibujos incomprensibles, luego como sí fuera una boca hacía un círculo unas veces pequeño otras grande.   Me senté cerca del niño que parecía ser presa de un encantamiento que le impedía ver otra cosa distinta a las plumitas diseminadas por el campo. Mientras apoyaba mi cabeza en mis manos usándolas como almohada, pasó una estrella fugaz o algo parecido. Resultó ser una tórtola bajo el efecto del chat doux de las oiseau. Siguiendo la estrella a lo rey mago, la tórtola empezó a emular los movimientos de la estrella, y el niño, hasta el momento concentrado en su tarea, recobró el control de sí y fue tras la tórtola que no volaba tan lejos del suelo. El lago tibio de verano y poco profundo reproducía aquella escena de candor y belleza con una fidelidad digna del más hábil pintor y ni siquiera en viento se atrevió a fluctuar el agua para desvirtuar la imagen reflejada por la luz de la luna y la grandeza de Dios.   El avecilla continuaba emulando a la estrella pero, a través de su torpe vuelo también podía verse una anomalía nada hermosa. Al pasar por el lago el ave intentaba, como motivada por una fuerza interior que luchaba contra el hechizo, lanzarse en picada contra el agua; así podría sumergirse hasta el fondo con la intención de purificar su alma y alcanzar la estrella. El misticismo de aquella ceremonia impactante al principio, y después, monótona, se rompió abruptamente cuando una tórtola que yo no había visto apareció entre los árboles como un búho protector, y empezó a cantar en francés.   Aquellos débiles cantos, casi tristes, hicieron que la primera tórtola incrementara más su locura y con las alas empezó a rozar el agua. Todo indicaba que el ave pronto iba a colapsar y que la estrella se precipitaría sobre nosotros. Pero ocurrió todo lo contrario, el encantamiento del que hacía un momento el niño había despertado se apoderó de mí y sin poder hacer nada, quedé estático, imposibilitado hasta para mover los párpados; fue entonces cuando presencié algo sorprendente. La tórtola abrió una enorme boca y se bebió el lago, el niño, aplastado por la masa de plumas en que se convirtió inmediatamente la tórtola, desapareció de mi vista y la estrella estalló en mil trocitos que cayeron en forma de plumas.  La tórtola-búho alcanzó el éxtasis y se transformó en un hermoso adolescente, desnudo, de ojos mandarina, de piel de serpiente, que invitaba a la lujuria... pero luego de unos minutos estaba vestido de traje y corbata, y era viejo, un horrendo viejo con aspecto de jubilado que agarró a la tórtola como si fuera un guisante y se la llevó para hacerla su cena...  ¿Y yo? No sé lo que sucedió conmigo, ahora sólo veo paredes, enfermeros, medicinas, y tengo un número, y veo a quienes me rodean, al revés, y ya no puedo ver estrellas porque las únicas luces que aquí nos permiten son las de la memoria.     

(Este relato pertecece al libro Hotel Letters)

EVA, LA DE SILVESTRE

Llegó pasadas la dos. Yo dormía sobre los cuadernos y un libro de Bloy, el único que he podido leer de él pues me ha sido imposible hallar otro. Tomó asiento diagonal a mí, me sonrió y me dijo alocadamente “Me llamo Eva y soy de Aracataca”.   ¿De Aracataca?  El nombre de aldea, pueblo o ciudad me resultaba familiar, pero no lo identifiqué como fantástico. Me sonrió porque yo no dejé de observarla desde que cruzó la desvencijada puerta de madera que unía la sala de lectura con el vestíbulo; me sonrió porque necesitaba un amigo, como me explicó después, tras enseñar sus largos y afilados dientes de vampiresa.  Estaba vestida sobriamente, con una blusa marrón de encajes, muy ceñida; llevaba también una falda larga y ancha que le daba un aire de menina o bailarina de cabaret. Su cabello no era ni muy corto ni muy largo y se aferraba a su cuello como un pulpo que no sabe nadar y se agarra al casco del petrolero.  Tosía cada dos minutos y se pasaba por la nariz un klinex para borrar los riachuelos que transpiraban sus pulmones enfermos. Usaba un perfume barato, agradable, la fragancia impregnó de inmediato toda la habitación y sin embargo, el aire se conservaba fresco y benigno. Como era la hora de la comida había poca gente en la biblioteca, aunque no demasiado poca, digamos que en comparación a otras horas, estaba casi vacía.  Los libros apretujados y horizontales, puestos en las estanterías, eran inmunes a la multitud de historias antiguas y presentes que protagonizaban los comedidos lectores. Singulares personajes acuden cada día a este edificio barroco a punto de venirse a bajo, subsidiado con limosnas burocráticas de concejales incultos.  La breve historia de España reposa cautelosa sobre la mesa de las “novedades” pero a nadie parece interesarle una novedad sobre historia, así que el volumen, aunque añora una mano atrevida, permanece incólume y silvestre en su hábitat artificial suplicando no quedar para siempre virgen, soportando ese himen que le da picazón, así que asume una posición poco convencional, emulando a sus ancestros de la biblioteca de El Escorial, con el canto hacía afuera, rogando ser víctima de un abuso. Quizá nuestro amigo nunca será hojeado, ni siquiera por morbosa curiosidad...

- Eva, me llamo Eva... mi madre se llamaba María y mi abuela, Morgana -cuando dijo el nombre de su abuela supe que aquel menudo cuerpo envuelto en trapos elegantes no me era del todo desconocido. Su belleza amainaba con el paso de las horas.

- ¿Qué lees? -cuestioné sin demasiado esmero.

- Nada -respondió lacónica y supe que el ejemplar de Waugh en su mano sólo era una excusa para ocupar un sitio y tal vez propiciar un encuentro con un chico intelectual.-

 -¿Eres intelectual?

- No. Soy escritor.

- ¡Ah! -pareció defraudada, pero luego reflexionó.

- ¿Supongo que no tienes dinero? -interrogó abrigando la esperanza de que yo afirmara lo contrario-. Tardé en responder, pero lo hice sin mentir como me sentí en un primer momento impulsado a hacerlo.

- No, no tengo-. Empezó a mirar a cada lado, nerviosa, quería cambiar de sitio pero necesitaba asegurarse de que el aterrizaje sería exitoso, trató de localizar la presa, buscó incesantemente un posible cliente que le diera veinte billetes por disfrutar de su lengua dentro de la bragueta haciendo el número del “gusanito”, se levantó sin prestarme atención y fue a dar una vuelta, yo estuve todo el tiempo siguiéndole con la mirada.  Unos minutos después pareció cambiar de opinión y vino hasta mí, seguía mirando a cada lado como si fuera a robar. No quería dañar su reputación y verse involucrada en un caso “deshonroso” para su profesión, es decir, en una contradicción paródica a su condición.

-Invito yo -dijo irrefutable-. 

II 

La cómoda cumplió con su función estupendamente. Eva no parecía cansada aunque yo creía no poder más y pensaba en una deserción prematura. No hubo ni preguntas ni respuestas. No hablamos. No se cuestionó ni el pasado ni el futuro, ni intentamos, infructuosamente, reflexionar sobre aquel acto. En el pasado quedaron los absurdos monólogos o conferencias que se hacen en estos casos y que son tan odiosos.  Pensé en Lucrecia y aquella conversación post sobre cine y arte, droga y prostitución, política y metalmecánica. ¡Tonterías! Inútiles charlas de oradores profesionales que recitan sus ideas como si las tuvieran deletreadas en tarjetas de colores con una referencia a pie de página. 

III 

Sentados en aquel restaurante de la calle Balmes, estáticos y silenciosos como imágenes de póster. Mi mochila yace en el suelo, mi abrigo a dos metros, en una percha tallada en madera extranjera; los platos vacíos; el postre mordido; un café que se aproxima en manos de un diligente camarero; dos orujos helados en la zona de la frialdad; una anciana cruzando la calle; el televisor que estaba encendido se apaga por la vehemencia de un mando totalitario.  Ella se ríe por primera vez desde el acontecimiento; yo río sin saber por qué pero con la conciencia de que es mi deber hacerlo. Su corazón es de piedra, el mío, de látex. El pene me explota. La lujuria se apodera de mi lengua obligándola a convertirse en acróbata. Ella se enfada y saca, de no sé dónde, una bolsa de plástico, la abre y de ella extrae el cuerpo sin vida de un gato pardo, en descomposición. Lo pone en la mesa. Me insulta y se marcha sin pagar la cuenta, yo sólo puedo pensar en cómo voy a pagar esa demencial cuenta... 

...Se muere de tuberculosis dicen los rumores. Recuerdo sus palabras la última vez que nos vimos. 

- Viejo verde. Me llamo Eva, Eva, la hija de tu hermano Silvestre y la mujer de tu sobrino J. Silvestre. Mi madre se llamaba María, o sea tu tía materna, y mi abuela, Morgana... ¿sabes cuál Morgana? La conoces. Éste gato era su única compañía, nadie quería estar a su lado, como tú eras su favorito pensamos que te agradaría tener algo suyo... 

(Este relato pertenece al libro Hotel Letters)

LA LATA VACÍA

Está allí, justo al lado de la abstracta carátula de la revista cultural. ¿Es verdad el franquismo del gran masturbador o sólo es una pilatuna más del excéntrico mosquetero? La lata sigue allí, no se mueve, está doblada un poco hacia adelante, parece un muchacho adolorido por horribles retortijones estomacales.  ¿Algún idiota futbolista le daría un golpe en el abdomen?   Hay un cuervo pendenciero posado sobre una nube de polvo emergente por la caravana de toxicómanos sin hogar. El blasón con extendidas alas de murciélago, amalgama quiróptera del poder, es el referente asiduo de los desconsolados. La lata está vacía, hueca, sus entrañas han sido bebidas por una sed de Gobi. Latigazos de saliva se consumen en su orificio o conducto de espesa gaseosa. El vacío de la esfera oblicua es un anodino facsímil del diseño de un druida venido a menos. El fabricante tuvo que ser un genio ermitaño, un avaro ingeniero, un disciplinado inventor que pasó los nocturnos sábados haciendo experimentos anticonstitucionales y ateos de siluetas de latas, con auges sensuales.  En la exposición de El Ferrol -no el del generalísimo-, más bien el otro, un Ferrol sin mar ni puerto, que está en la montaña cerca de la ciudad que buscaban los Conquistadores, el del santísimo; allí vi, accidentalmente, varias pinturas anónimas que representaban ausentes siluetas, figuras fantasmagóricas de lata, al parecer vacías.  La lata está incólume, rígida, se siente idolatrada por los ojos del reciclador. Ella tiene los colores del arco iris y el rostro de las teorías de Einstein. No tiene tacto, no tiene olfato, no tiene pupilas que le permitan ver una aguja. Pero alcanza a percibir cualquier movimiento, desde la hoja que cae del árbol otoñal hasta el alza de Microsft. La lata oculta y encierra la inmensidad de la inexistencia. Dentro de ella las distancias son nada. Es un paraíso del Edén contenido en la lámpara mágica sin genio, sin hacedor de milagros. La lata no se comunica, no musita ni siquiera una queja, inmutable y silenciosa no concede a sus fieles ración de comida ni atención.  La lata es orgullosa, desafiante. Su aire de reina del vacío contiene la idea de la filosofía existencialista; no hay nada que no pueda contener pero no lo contiene todo. El todo es la antítesis de la nada y ambos tienen una madre en común, la idea.  Una idea no es nada y lo es todo, y justo en medio de ellos está un vacío enorme, que está constituido tanto de la nada como del todo. En esencia no son lo mismo, pero se complementan. ¿Y en qué se complementan? Pues en nada, por eso la nada es más importante que el todo.  

La lata, por tanto, es Dios. 

¿Balconoide? - ¿Has visto a Daniel? Se ha comido una manzana y ahora ya se cree Popeye...- Es peor, ¿has visto a David? Se ha comido un girasol..., y ahora parece una noche estrellada. Dicen por ahí que pierde aceite, y parece que se come cualquier porquería.-  ¿Y habéis visto a Diego? Dicen que se ha comido a la hermana.. a la hermanita de la mascota de Daniel..., la coneja aquella... Sí, sí, sí 

(El relato anterior pertenece al libro Hotel Letters)