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LOS DULCES VERANOS DEL JOVEN CONDE DE CEBALLOS

TRES TIEMPOS

El presagio

la obra

y el castigo

I El presagio 

Temo a casi todo y eso no me hace un cobarde. Soy un cobarde por elección, es decir, me propuse serlo y aunque arrepentido tuve que asumirlo como parte de mi nombre. Hoy lamento enormemente su compañía absoluta, que no deja espacio a la intrepidez. En resumen, es mejor ser gran parte del tiempo un cobarde, y es que a los valientes les ha tocado irse a la guerra y los demás tienen éxito y por tanto temen perder sus pertenencias, o son llamados para cargos en el gobierno. Si embargo, yo soy un vagabundo y temo a todo, excepto a mi condición, aunque me sorprende cuando duermo, aunque escriba lo contrario y mienta a mi diario, relatándole episodios de tristeza; para ser honesto todo lo que afirmo en él, es viceversa.  

La obra 

Los dedos agarran fuertemente la pluma. Los vellos retozan inocentes sobre un delgado brazo. La calculadora cerca y los dibujos ejecutados con ironía estudiantil reflejan la melancolía del débil. No tendrá más de dieciocho años. Padece también de la indiferencia, asustados sus labios por la nieve, han venido a refugiarse lejos de su alcance, donde no estarán a salvo de un beso. Siempre preso de estos encuentros, arrojo la sabiduría hasta el hades. El pálpito frecuente de un músculo nervioso, dirige la mente hasta el estío, mi ira, una guadaña feroz como la pluma, desemboca en impotencia, desahoga en las letras torpemente impresas, confesiones dolorosas e íntimas. Son versos tan diversos y personales que sus nombres se confunden con una sincera biografía, por eso cada punto recuerda una lágrima, una lágrima decidida que cae hasta en el inmenso folio para perderse en la distancia de una memoria ingrata. 

El castigo

 

  Cuánto darían aquellos desconocidos por verse dibujados en mis letras, sin embrago pocos de ellos alcanzan tal privilegio y son justamente los más ingratos, despreocupados van por ahí, silenciosos sin saber que han dejado mi alma en ascuas, desvelada y frenética, sin preocuparse por la salvación de la suya propia. Pero no soy yo el elegido para salvar aquellos cuellos hermosamente cincelados, ni tampoco para rescatar el mío que navega en dirección a la catarata. Por eso busco de manera urgente los bendecidos, de los que deseo perpetuar aunque sea sólo un veloz gesto. Obligado por el azar o el destino, voy palmo a palmo buscando la inspiración y no la encuentro. Es ella la que me encuentra, siempre desprevenido, y de inmediato, aunque en un desierto me encuentre, grito un lápiz de color para amansarla. 

 Ciudad Real, enero de 2003

(Del poemario inédito Obscena lucidez de un inútil)

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